Elena Chiavazza Prieto, Grade 12
UWCEA (Arusha)
Image Description: Elena walking near the Kilimanjaro National Park Region, Tanzania
Spanish (Scroll down for an English version):
Cuando el cinco de agosto abrí mis ojos ya no estaba en Argentina, todos los paisajes que conocía habían sido cubiertos por una gruesa y musgosa capa de vegetación, que comenzó a tejer nuevas raíces en mi interior, removiendo todas las cáscaras de barro secas y quebradizas que solían proteger mi alma de cactus. Cuando apoyé mis pies por primera vez en suelo tanzano pude sentir toda la humedad de la tierra caliente que aceleró la fluyente de mi sistema sanguíneo, quizás fue por eso que me comenzó a sangrar la nariz, pero luego de limpiarme con la manga de mi campera, di mi primeros pasos, volví a nacer, solo que esta vez lo podría recordar por siempre.
Una vez me contaron que el nacimiento es el primer trauma que sufrimos absolutamente todos los seres humanos. Luego de esto, me di cuenta que la palabra “trauma” no tiene por qué hacer referencia a algo negativo, como verán puede incluso significar el comienzo de una vida. Por eso, cuando mi mamá me envolvió en sus brazos el día que nos despedimos en la puerta de embarque y cuando mis lágrimas taparon el paisaje de mi tierra natal que se hacía cada vez más chiquita a medida que el avión subía, supe que estaba remontando mi vuelo a uno de los traumas más bonitos de mi vida.
La primera semana que pasé en Tanzania, fue como si hubiera estado dormida todo el tiempo en hierba fresca. Los bichitos se me subieron y comenzaron a devorar todo lo que quedaba de mi antigua yo, pero no me importó, creo que ese fue el momento en el cual entendí que necesitaba volver a nacer. Todas mis concepciones del “bien” y del “mal”, todas mis creencias y mi espíritu que se había formado en fértil suelo latinoamericano se fueron marchitando muy lentamente en mi interior. De pronto ya no entendía muy bien quién era yo, me encontré diciendo o pensando cosas que nunca antes habían germinado en mi mente, y me pregunté quién habría puesto esa semilla que hizo que todo de repente floreciera sin ningún miedo.
Los cambios comenzaron desde cosas muy básicas, como levantarme por la mañana y no ver las paredes llenas de ilustraciones que solía pintar en mi habitación, o quizás con tener que acostumbrar mi paladar a nuevos sabores. De a poco mi cuerpo se empezó a acomodar en mi nuevo hogar, y con este comencé a ser un solo ser. Cada día que salía a caminar los árboles altos y verdes me devoraban, y la tierra se me impregnaba en la planta de mis pies; cada noche parecía que podía ver más estrellas en el cielo, y sentía como si la brisa nocturna curara todas las quemaduras que el cálido sol me había provocado durante el día.
La primera vez que te internas en los bosques que hay alrededor del parque nacional Kilimanjaro se puede sentir un poco ese temor que genera lo imponente de la naturaleza, pero al poco tiempo uno no tarda en aprender a amar todo lo verde que lo rodea. La primera vez que pasé por las calles de Moshi sentí el ahogo y el dolor en el pecho que se genera al notar que ya no estás más en las calles que de tu ciudad que solías conocer de memoria. La primera vez que vi Tanzania desde la ventanilla del avión la incertidumbre se apoderó de mí, y luego de un momento de estrés y remordimiento pensé: “Por dios, en qué estaba pensando al venir aquí? Debo haber estado completamente loca!”. Y si hoy me lo preguntan, diría que sí, quizás estoy un poco loca por haber aceptado la oferta de irme a vivir a un país que quizás nunca antes había escuchado nombrar, pero a esas alturas realmente me alegro de estarlo.
No voy a mentir y decir que en este lugarcito del mundo encontré ese camino que tanto estaba buscando, diría que incluso estoy más perdida de lo que solía estar, pero he entendido que es necesario irse del lugar del que uno viene para entender hacia dónde va. Esto me ha hecho darme cuenta que al fin y al cabo no somos el país del que venimos ni la cultura que nos define, sino que somos toda la historia que arrastramos tras nuestras espaldas, y esta es la que nos ayuda a no dejar que el azar sea demasiado maligno con nosotros, es la que nos recuerda quienes somos por muy lejos que estemos de nuestra cama o de nuestros paisajes. Mi historia me ha regalado cientos de caminos que he recorrido con mucha calma y felicidad, pero siempre supe que llegaría el momento de darle un rumbo distinto y comenzar a contarla con otro tipo de perspectivas. Es la que me hizo sentirme incómoda de estar siempre tan cómoda en mi zona de confort y es la que me hizo darme que la vida es un continuo comienzo.
Migrar es algo que prácticamente forma parte de mis genes. Mis ancestros llegaron de algún lugar perdido en Italia a comenzar una nueva vida, mi mamá viajó de Chile a Argentina por el simple amor que la unía a ese país, y yo decidí migrar al este de África porque sentí que mi espíritu me pedía un cambio de panorama. Un día, supe de UWC, y me lo pintaron como el panorama más bonito que jamas habia escuchado antes.
Cuando me preguntan qué es UWC y qué es lo que se ha significado para mi, creo que tiendo a dar respuestas un tanto clichés y simples, sin embargo, pensándolo bien, para mi esta experiencia se ha tratado de cambiar todo mi ser sin dejar de olvidar quien soy, de donde vengo y cuales son los orígenes que siempre me acompañaran en cualquier vuelo que quiera emprender. Por supuesto que aprender es un proceso doloroso, y no dejo de pensar en el hecho de que desde que comencé mi experiencia he tenido que atravesar por momentos sumamente difíciles que no me han dejado de recordar esta premisa, pero más allá de eso, sé que el sufrimiento, así como la alegría, son sentimientos necesarios para alimentar mi mente y mi alma.
Si me preguntan cuál ha sido mi parte favorita de mi aventura, diría que todas esas en las que tuve la oportunidad de conocer nuevos rostros y nuevas historias, de personas sumamente especiales y llenas de luz, personas que sin duda se convirtieron en mis paisajes favoritos del camino. No me gusta sonar superficial cuando llega el momento de ponerme a relatar lo que todo en esta experiencia ha significado para mi, sin embargo, quería simplemente dejar bien marcados los momentos y las cosas que sentí cuando abrí mis ojos por primera vez bajo el azul del cielo tanzano, o cuando vi por primera vez el sol que se escondía tras el imponente monte Kilimanjaro.
Como dije en un principio, siento que en este país, que en este pueblo, que en este pequeño rincón del mundo llamado “Moshi” volví a nacer, y quizás aún me queden muchos otros nacimientos por experimentar, muchas más lágrimas que derramar en puertas de embarque o muchas otras personas llenas de historias por conocer. Pero por ahora sigo disfrutando de todo lo que la experiencia UWC me ha regalado, y aunque a veces me gustaría poder congelar este exacto momento en el que siento como todo dentro mío crece y florece, también quiero descubrir cuál es el lugar al que voy, y en qué momento podré volver al lugar del que vengo.
UWC se volvió el comienzo de muchos otros comienzos, es ese movimiento que me dio de probar el sabor de conocer cosas nuevas, y es el movimiento que incrementó mi adicción por viajar y conocer, adicción de la que espero nunca curarme. Estoy feliz de poder haber descubierto en mi ese sentimiento de siempre estar sedienta por que mis ojos vean nuevos lugares y nuevos paisajes, y de haber descubierto el dolor de tener que despedirse de alguien que quizás no pueda volver a ver en mucho tiempo. Aún me queda un año más por vivir en este lugar increíble, y a veces siento que ni todo el tiempo del mundo es suficiente para poder terminar de conocer todo lo que este me ofrece.
Llevo conmigo en mi mochila de viajes la calidez y la naturaleza de este lugar, las sonrisas de las personas de la comunidad Masai, la emoción de ver por primera vez elefantes, cebras y jirafas en su hábitat natural, la claridad del agua de Fish Eagle Point, el vértigo de trepar baobabs y el amor con el que me recibió Tanzania aquel cinco de agosto, hace casi exactamente un año.
Saludos desde el corazón más cálida de África.
English:
When I opened my eyes on the fifth of August I was no longer in Argentina. All the landscapes I knew were covered by a thick and mossy layer of vegetation, which began to weave new roots inside me, removing all the dry and brittle mud shells that used to protect my cactus soul. When I first rested my feet on Tanzanian soil, I could feel all the humidity of the hot earth that accelerated the flow of my blood's system. Perhaps that was why my nose started to bleed, but after cleaning it with the sleeve of my jacket, I took my first steps; I was born again, only this time I could remember it forever.
I was once told that birth is the first trauma that absolutely all human beings suffer from. After thinking this, I realized that the word "trauma" does not have to refer to something negative. As you will see, it can even mean the beginning of life. So, when my mom wrapped me in her arms the day, we said goodbye at the boarding gate, and when my tears covered the landscape of my homeland that was getting smaller as the plane ascended, I knew I was starting my flight to one of the most beautiful traumas of my life.
The first week I was in Tanzania, it was as if I had been asleep all the time on fresh grass. The little insects got on me and began to devour all that was left of my old self, but I did not care. I think that this was the moment when I understood that I needed to be born again. All my conceptions of "good" and "evil"- all my beliefs and my spirit that was formed in fertile Latin American soil slowly faded within me. Suddenly, I didn't really understand who I was anymore: I found myself saying or thinking things that had never sprouted in my mind before, and I wondered who had put that seed that made everything suddenly blossom with no fear.
The changes started from very basic things, like getting up in the morning and not seeing the walls full of illustrations that I used to paint in my room, or perhaps having to accustom my palate to new flavours. Little by little, my body began to settle in my new home, and this one began to be a single being within me. Every day I went for a walk, the tall green trees devoured me, and the earth was starting to get impregnated on the soles of my feet. Every night it seemed like I could see more stars in the sky, and it felt like the late breeze healed all the burns that the warm sun had caused me during the day.
The first time you go into the forests around Kilimanjaro National Park, you can feel a little that fear that generates the imposing nature, but with a bit of time you learn how to love all the green that surrounds you and fills you with pure peace. The first time I went through the streets of Moshi, I felt the drowning pain in my chest that was generated when I noticed that I was no longer in the streets of my city, which I used to know by heart. The first time I saw Tanzania from the window of the plane, uncertainty washed over me, and after a moment of stress and remorse, I thought, "God, what was I thinking of, coming here? I must have been completely crazy!" If you ask me today, I would say yes, perhaps I am a little crazy for having accepted the offer to go live in a country that I think I had never heard of before, but at this point, I am really glad that maybe I am just a little insane.
I am not going to lie and say that in this little place in the world I found that path that I was looking for so much- I would say that I am even more lost than I used to be, but I have understood that it is necessary to leave the place from which you come to understand where are you going. This has made me realize that after all, we are not the country we come from or the culture that defines us, but we are the whole history that we drag behind our backs, and this is the one thing that reminds us of who we are no matter how far we are from our beds or our landscapes. My history has given me hundreds of paths that I have travelled with great calm and happiness, but I always knew that sooner or later I will have to derail to a different direction and begin to see the world with other kinds of perspectives. My story was the one that made me feel uncomfortable about being always so comfortable in my comfort zone, and it is the one that made me realize that life is a continuous beginning.
Migrating is practically part of my genes. My ancestors came from somewhere lost in Italy to start a new life in Latinoamerica, my mother traveled from Chile to Argentina for the simple love that united her to that country, and I decided to migrate to East Africa because I felt that my spirit was asking me for a change of panorama. One day, I heard about UWC, and it painted the most beautiful panorama I had ever seen before.
When people ask me what UWC is and what it has meant to me, I think I tend to give somewhat clichéd and simple answers, however, thinking about it, for me this experience has tried to change my whole being without stopping forget who I am, where I come from and what the origins are that will always accompany me on any flight I want to undertake. Of course, learning is a painful process, and I keep thinking about the fact that since I started my experience I have had to go through extremely difficult moments that have not stopped me from remembering this premise, but beyond that, I know that suffering, as well as joy, are necessary feelings to feed my mind and soul.
If you ask me what have been my favourite parts of this adventure, I would say that all those in which I had the opportunity to meet new faces and new stories, of extremely special and beautiful people: people who undoubtedly became my favourite landscapes of the trip. I do not like to sound superficial when it comes to telling what everything in this experience has meant to me; however, I just wanted to leave the moments and things that I felt well marked, of when I first opened my eyes under the blue of the Tanzanian sky, or when I first saw the sun setting behind the towering Mount Kilimanjaro.
As I said at the beginning, I feel that in this country, that in this town, that in this little corner of the world called "Moshi" I was born again, and perhaps I still have many other births to experience, and many more tears to shed on boarding pass doors or many other people full of stories to know. But for now, I still enjoy everything that the UWC experience has given me, and although sometimes I wish I could freeze this exact moment in which I feel how everything inside me grows and flourishes, I also want to discover where I am going, and at what moment I will be able to return to the place I come from.
UWC became the beginning of many other beginnings. It is that movement that gave me the taste of knowing new things, and it is the movement that increased my addiction to travelling and knowing, an addiction from which I hope never to be cured. I am happy to have discovered in me that feeling of always being thirsty for my eyes to see new places and new landscapes, and to have discovered the pain of having to say goodbye to someone whom may not be able to see again in a long time. I still have one more year to live in this incredible place, and sometimes I feel that not even all the time in the world is enough to be able to finish knowing all that it offers me.
I carry with me in my travel backpack the warmth and nature of Moshi, the smiles of the people from the Maasai community, the emotion of seeing elephants, zebras and giraffes in their natural habitat for the first time, the clarity of the water of Fish Eagle Point, the vertigo of climbing baobabs and the love with which Tanzania greeted me that the fifth of August, almost exactly a year ago.
Greetings from the warmest heart of Africa.
Spanish (Scroll down for an English version):
Cuando el cinco de agosto abrí mis ojos ya no estaba en Argentina, todos los paisajes que conocía habían sido cubiertos por una gruesa y musgosa capa de vegetación, que comenzó a tejer nuevas raíces en mi interior, removiendo todas las cáscaras de barro secas y quebradizas que solían proteger mi alma de cactus. Cuando apoyé mis pies por primera vez en suelo tanzano pude sentir toda la humedad de la tierra caliente que aceleró la fluyente de mi sistema sanguíneo, quizás fue por eso que me comenzó a sangrar la nariz, pero luego de limpiarme con la manga de mi campera, di mi primeros pasos, volví a nacer, solo que esta vez lo podría recordar por siempre.
Una vez me contaron que el nacimiento es el primer trauma que sufrimos absolutamente todos los seres humanos. Luego de esto, me di cuenta que la palabra “trauma” no tiene por qué hacer referencia a algo negativo, como verán puede incluso significar el comienzo de una vida. Por eso, cuando mi mamá me envolvió en sus brazos el día que nos despedimos en la puerta de embarque y cuando mis lágrimas taparon el paisaje de mi tierra natal que se hacía cada vez más chiquita a medida que el avión subía, supe que estaba remontando mi vuelo a uno de los traumas más bonitos de mi vida.
La primera semana que pasé en Tanzania, fue como si hubiera estado dormida todo el tiempo en hierba fresca. Los bichitos se me subieron y comenzaron a devorar todo lo que quedaba de mi antigua yo, pero no me importó, creo que ese fue el momento en el cual entendí que necesitaba volver a nacer. Todas mis concepciones del “bien” y del “mal”, todas mis creencias y mi espíritu que se había formado en fértil suelo latinoamericano se fueron marchitando muy lentamente en mi interior. De pronto ya no entendía muy bien quién era yo, me encontré diciendo o pensando cosas que nunca antes habían germinado en mi mente, y me pregunté quién habría puesto esa semilla que hizo que todo de repente floreciera sin ningún miedo.
Los cambios comenzaron desde cosas muy básicas, como levantarme por la mañana y no ver las paredes llenas de ilustraciones que solía pintar en mi habitación, o quizás con tener que acostumbrar mi paladar a nuevos sabores. De a poco mi cuerpo se empezó a acomodar en mi nuevo hogar, y con este comencé a ser un solo ser. Cada día que salía a caminar los árboles altos y verdes me devoraban, y la tierra se me impregnaba en la planta de mis pies; cada noche parecía que podía ver más estrellas en el cielo, y sentía como si la brisa nocturna curara todas las quemaduras que el cálido sol me había provocado durante el día.
La primera vez que te internas en los bosques que hay alrededor del parque nacional Kilimanjaro se puede sentir un poco ese temor que genera lo imponente de la naturaleza, pero al poco tiempo uno no tarda en aprender a amar todo lo verde que lo rodea. La primera vez que pasé por las calles de Moshi sentí el ahogo y el dolor en el pecho que se genera al notar que ya no estás más en las calles que de tu ciudad que solías conocer de memoria. La primera vez que vi Tanzania desde la ventanilla del avión la incertidumbre se apoderó de mí, y luego de un momento de estrés y remordimiento pensé: “Por dios, en qué estaba pensando al venir aquí? Debo haber estado completamente loca!”. Y si hoy me lo preguntan, diría que sí, quizás estoy un poco loca por haber aceptado la oferta de irme a vivir a un país que quizás nunca antes había escuchado nombrar, pero a esas alturas realmente me alegro de estarlo.
No voy a mentir y decir que en este lugarcito del mundo encontré ese camino que tanto estaba buscando, diría que incluso estoy más perdida de lo que solía estar, pero he entendido que es necesario irse del lugar del que uno viene para entender hacia dónde va. Esto me ha hecho darme cuenta que al fin y al cabo no somos el país del que venimos ni la cultura que nos define, sino que somos toda la historia que arrastramos tras nuestras espaldas, y esta es la que nos ayuda a no dejar que el azar sea demasiado maligno con nosotros, es la que nos recuerda quienes somos por muy lejos que estemos de nuestra cama o de nuestros paisajes. Mi historia me ha regalado cientos de caminos que he recorrido con mucha calma y felicidad, pero siempre supe que llegaría el momento de darle un rumbo distinto y comenzar a contarla con otro tipo de perspectivas. Es la que me hizo sentirme incómoda de estar siempre tan cómoda en mi zona de confort y es la que me hizo darme que la vida es un continuo comienzo.
Migrar es algo que prácticamente forma parte de mis genes. Mis ancestros llegaron de algún lugar perdido en Italia a comenzar una nueva vida, mi mamá viajó de Chile a Argentina por el simple amor que la unía a ese país, y yo decidí migrar al este de África porque sentí que mi espíritu me pedía un cambio de panorama. Un día, supe de UWC, y me lo pintaron como el panorama más bonito que jamas habia escuchado antes.
Cuando me preguntan qué es UWC y qué es lo que se ha significado para mi, creo que tiendo a dar respuestas un tanto clichés y simples, sin embargo, pensándolo bien, para mi esta experiencia se ha tratado de cambiar todo mi ser sin dejar de olvidar quien soy, de donde vengo y cuales son los orígenes que siempre me acompañaran en cualquier vuelo que quiera emprender. Por supuesto que aprender es un proceso doloroso, y no dejo de pensar en el hecho de que desde que comencé mi experiencia he tenido que atravesar por momentos sumamente difíciles que no me han dejado de recordar esta premisa, pero más allá de eso, sé que el sufrimiento, así como la alegría, son sentimientos necesarios para alimentar mi mente y mi alma.
Si me preguntan cuál ha sido mi parte favorita de mi aventura, diría que todas esas en las que tuve la oportunidad de conocer nuevos rostros y nuevas historias, de personas sumamente especiales y llenas de luz, personas que sin duda se convirtieron en mis paisajes favoritos del camino. No me gusta sonar superficial cuando llega el momento de ponerme a relatar lo que todo en esta experiencia ha significado para mi, sin embargo, quería simplemente dejar bien marcados los momentos y las cosas que sentí cuando abrí mis ojos por primera vez bajo el azul del cielo tanzano, o cuando vi por primera vez el sol que se escondía tras el imponente monte Kilimanjaro.
Como dije en un principio, siento que en este país, que en este pueblo, que en este pequeño rincón del mundo llamado “Moshi” volví a nacer, y quizás aún me queden muchos otros nacimientos por experimentar, muchas más lágrimas que derramar en puertas de embarque o muchas otras personas llenas de historias por conocer. Pero por ahora sigo disfrutando de todo lo que la experiencia UWC me ha regalado, y aunque a veces me gustaría poder congelar este exacto momento en el que siento como todo dentro mío crece y florece, también quiero descubrir cuál es el lugar al que voy, y en qué momento podré volver al lugar del que vengo.
UWC se volvió el comienzo de muchos otros comienzos, es ese movimiento que me dio de probar el sabor de conocer cosas nuevas, y es el movimiento que incrementó mi adicción por viajar y conocer, adicción de la que espero nunca curarme. Estoy feliz de poder haber descubierto en mi ese sentimiento de siempre estar sedienta por que mis ojos vean nuevos lugares y nuevos paisajes, y de haber descubierto el dolor de tener que despedirse de alguien que quizás no pueda volver a ver en mucho tiempo. Aún me queda un año más por vivir en este lugar increíble, y a veces siento que ni todo el tiempo del mundo es suficiente para poder terminar de conocer todo lo que este me ofrece.
Llevo conmigo en mi mochila de viajes la calidez y la naturaleza de este lugar, las sonrisas de las personas de la comunidad Masai, la emoción de ver por primera vez elefantes, cebras y jirafas en su hábitat natural, la claridad del agua de Fish Eagle Point, el vértigo de trepar baobabs y el amor con el que me recibió Tanzania aquel cinco de agosto, hace casi exactamente un año.
Saludos desde el corazón más cálida de África.
English:
When I opened my eyes on the fifth of August I was no longer in Argentina. All the landscapes I knew were covered by a thick and mossy layer of vegetation, which began to weave new roots inside me, removing all the dry and brittle mud shells that used to protect my cactus soul. When I first rested my feet on Tanzanian soil, I could feel all the humidity of the hot earth that accelerated the flow of my blood's system. Perhaps that was why my nose started to bleed, but after cleaning it with the sleeve of my jacket, I took my first steps; I was born again, only this time I could remember it forever.
I was once told that birth is the first trauma that absolutely all human beings suffer from. After thinking this, I realized that the word "trauma" does not have to refer to something negative. As you will see, it can even mean the beginning of life. So, when my mom wrapped me in her arms the day, we said goodbye at the boarding gate, and when my tears covered the landscape of my homeland that was getting smaller as the plane ascended, I knew I was starting my flight to one of the most beautiful traumas of my life.
The first week I was in Tanzania, it was as if I had been asleep all the time on fresh grass. The little insects got on me and began to devour all that was left of my old self, but I did not care. I think that this was the moment when I understood that I needed to be born again. All my conceptions of "good" and "evil"- all my beliefs and my spirit that was formed in fertile Latin American soil slowly faded within me. Suddenly, I didn't really understand who I was anymore: I found myself saying or thinking things that had never sprouted in my mind before, and I wondered who had put that seed that made everything suddenly blossom with no fear.
The changes started from very basic things, like getting up in the morning and not seeing the walls full of illustrations that I used to paint in my room, or perhaps having to accustom my palate to new flavours. Little by little, my body began to settle in my new home, and this one began to be a single being within me. Every day I went for a walk, the tall green trees devoured me, and the earth was starting to get impregnated on the soles of my feet. Every night it seemed like I could see more stars in the sky, and it felt like the late breeze healed all the burns that the warm sun had caused me during the day.
The first time you go into the forests around Kilimanjaro National Park, you can feel a little that fear that generates the imposing nature, but with a bit of time you learn how to love all the green that surrounds you and fills you with pure peace. The first time I went through the streets of Moshi, I felt the drowning pain in my chest that was generated when I noticed that I was no longer in the streets of my city, which I used to know by heart. The first time I saw Tanzania from the window of the plane, uncertainty washed over me, and after a moment of stress and remorse, I thought, "God, what was I thinking of, coming here? I must have been completely crazy!" If you ask me today, I would say yes, perhaps I am a little crazy for having accepted the offer to go live in a country that I think I had never heard of before, but at this point, I am really glad that maybe I am just a little insane.
I am not going to lie and say that in this little place in the world I found that path that I was looking for so much- I would say that I am even more lost than I used to be, but I have understood that it is necessary to leave the place from which you come to understand where are you going. This has made me realize that after all, we are not the country we come from or the culture that defines us, but we are the whole history that we drag behind our backs, and this is the one thing that reminds us of who we are no matter how far we are from our beds or our landscapes. My history has given me hundreds of paths that I have travelled with great calm and happiness, but I always knew that sooner or later I will have to derail to a different direction and begin to see the world with other kinds of perspectives. My story was the one that made me feel uncomfortable about being always so comfortable in my comfort zone, and it is the one that made me realize that life is a continuous beginning.
Migrating is practically part of my genes. My ancestors came from somewhere lost in Italy to start a new life in Latinoamerica, my mother traveled from Chile to Argentina for the simple love that united her to that country, and I decided to migrate to East Africa because I felt that my spirit was asking me for a change of panorama. One day, I heard about UWC, and it painted the most beautiful panorama I had ever seen before.
When people ask me what UWC is and what it has meant to me, I think I tend to give somewhat clichéd and simple answers, however, thinking about it, for me this experience has tried to change my whole being without stopping forget who I am, where I come from and what the origins are that will always accompany me on any flight I want to undertake. Of course, learning is a painful process, and I keep thinking about the fact that since I started my experience I have had to go through extremely difficult moments that have not stopped me from remembering this premise, but beyond that, I know that suffering, as well as joy, are necessary feelings to feed my mind and soul.
If you ask me what have been my favourite parts of this adventure, I would say that all those in which I had the opportunity to meet new faces and new stories, of extremely special and beautiful people: people who undoubtedly became my favourite landscapes of the trip. I do not like to sound superficial when it comes to telling what everything in this experience has meant to me; however, I just wanted to leave the moments and things that I felt well marked, of when I first opened my eyes under the blue of the Tanzanian sky, or when I first saw the sun setting behind the towering Mount Kilimanjaro.
As I said at the beginning, I feel that in this country, that in this town, that in this little corner of the world called "Moshi" I was born again, and perhaps I still have many other births to experience, and many more tears to shed on boarding pass doors or many other people full of stories to know. But for now, I still enjoy everything that the UWC experience has given me, and although sometimes I wish I could freeze this exact moment in which I feel how everything inside me grows and flourishes, I also want to discover where I am going, and at what moment I will be able to return to the place I come from.
UWC became the beginning of many other beginnings. It is that movement that gave me the taste of knowing new things, and it is the movement that increased my addiction to travelling and knowing, an addiction from which I hope never to be cured. I am happy to have discovered in me that feeling of always being thirsty for my eyes to see new places and new landscapes, and to have discovered the pain of having to say goodbye to someone whom may not be able to see again in a long time. I still have one more year to live in this incredible place, and sometimes I feel that not even all the time in the world is enough to be able to finish knowing all that it offers me.
I carry with me in my travel backpack the warmth and nature of Moshi, the smiles of the people from the Maasai community, the emotion of seeing elephants, zebras and giraffes in their natural habitat for the first time, the clarity of the water of Fish Eagle Point, the vertigo of climbing baobabs and the love with which Tanzania greeted me that the fifth of August, almost exactly a year ago.
Greetings from the warmest heart of Africa.
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